Pellizcos estaba tomando una jarra de
pis caliente, o eso pensaba él, maldiciendo al maldito Bodeguero de
mierda. Le llamaban pellizcos por su inusual costumbre de sustituir el
cuchillo de combate por unos alicates. Decía que le resultaban mucho más
útiles.
De pronto, una voz más elevada,
que venía del reservado -en el que, casualmente, él estaba apoyado-
llamó su atención y prestó oídos para la conversación que tenía lugar
entre el jefe de policía y el Traficante de Armas.
-No te doy más de cien mil por todos esos cacharros, tovarich!
-Venga, capullo, sabes que vas a sacar cuatro veces más. Dame doscientos cincuenta y mando a mis chicos al barrio de al lado.
-Grnmpfh.. De acuerdo, pero quita también a los de incendios!
-¿Incendios?- Al jefe de policía le olía a chamusquina. Varios de sus hombres parecían dispuestos a corromperse a la mínima.
-Da. Además, espantan a la clientela.
-No te preocupes. Mándame la pasta con uno de tus chicos y yo me ocuparé.
-Marcos
llevará el dinero en un maletín dentro de dos horas. Procura que no le
pase nada a mi hijo -Esta información fue de sumo interés para
Pellizcos, que pidió la cuenta por señas al asqueroso Bodeguero.-