sábado, 21 de diciembre de 2013

En Acto de Servicio


-"Katherine, Kat para los amigos, fue una policía ejemplar, al servicio de la ciudad de Tiphares. Dio su vida con valentía por una causa en la que creía. Una auténtica heroína, diría yo. Con sus momentos de flaqueza… Lo sé. Sé que los tuvo, lo sé porque los compartió conmigo en multitud de ocasiones durante el Sacramento de la Confesión…"-



Aquí el Padre Sweet dejó que su voz se quebrara antes de continuar. Tuvo también la habilidad para sacar un pañuelo con el que secar la inexistente lágrima que no corría por su mejilla. - "Este mercachifle es todo un portento"- Pensó al ver esta escena el Alcalde, quien compartía un chiste secreto, por lo que dejaban ver sus intercambios de miradas constantes y nerviosos, con el cura y con el Jefe de Policía, quien ahora se había terminado de acomodar en su silla para oír lo que el Padre Sweet tenía que decir.

No resulta extraño que los remordimientos le impidiesen encontrar confort en esa silla. El Jefe de Policía sentía remordimientos. Esa chica, Kat, había sido como su hija. No le gustó tener que pegarle un tiro en la nuca.

Como bien recordaba ahora el Padre Sweet, en su interminable sermón, Kat había sido una buena policía. Primera de su promoción, magnífica tiradora, dispuesta, activa… -"mierda"- pensó. -"Era la mejor de la plantilla, coño"-. Empezó a temer por la vida de Kat el primer día que no quiso aceptar un soborno. El Jefe de Policía supo entonces que tenía una manzana podrida en la Jefatura. Una policía honrada… Allí ella era la excepción… Y todos sabían que no terminaría bien.

A pesar de ello, sin saber muy bien cómo, la chica se le fue instalando en el corazón. Le alegraba por las mañanas cuando llegaba a la Jefatura canturreando y oliendo bien. Era su alegría, su niña. La hija que nunca tuvo. Durante dos años, de manera silenciosa fue su ángel protector. Los delincuentes comunes empezaron a sufrir una epidemia de huesos rotos que sólo remitió cuando comprendieron que había alguien muy gordo detrás de la Policía Pelirroja.


Cuando ella pasaba patrullando, los crímenes y los criminales desaparecían. No por miedo a ella, sino porque el Jefe de Policía se había encargado de dejar claro que esa chica era intocable. En cierta ocasión, un mercenario, un tío duro de la antigua Yugoslavia quiso ser romántico con Katherine.

Drogeslav, el Oso, era un yugoslavo muy cabrón. No era sólo que fuese un asesino, violador, ladrón y pederasta entre otras cosas, sino que lo hacía ya de manera completamente abierta. Desde joven fue un soldado de fortuna, recorriendo África mientras trabajaba para las más terribles subcontratas del mundo. Sin tener nunca muy clara cuál era su bandera, mataba, violaba y mutilaba pueblos enteros. Era un experto en llevar el miedo a la población civil. De modo que su forma de ver el mundo era diferente. Su sentido del romanticismo se basaba en el amor con el que había afilado su cuchillo esa noche. En la ternura con la que pasaba horas en el bar esperando a que se fuese la chica a la que le había echado el ojo esa noche. Se sentía muy muy romántico cuando se le ocurría algún nuevo juego, corte o estallido de dolor que podía compartir con su dama.

Esa noche Kat se ajustó bastante a lo que Drogeslav buscaba. De hecho, mucho. Tardó un buen rato en verla, ya que había mucha gente esa noche y al principio no estaba en su campo visual; pero en cuanto la vio, supo que tenía que ser suya. Ella tardó una interminable hora en salir de allí, que fue una auténtica tortura para el Oso. Quería poseerla y acuchillarla, todo a la vez, sin decidirse por qué hacer primero. Tuvo que contenerse en bastantes ocasiones para no abalanzarse sobre ella, sin saber muy bien qué puñal usar. Esa idea le hacía especial gracia y mientras se relamía pensando en ello, casi se pierde la salida del bar de Kat. Sólo tuvo ojos para ella. No le dio tiempo a ver nada más. Ni a reconocer a nadie.

Lástima que un yugoslavo cabrón de dos metros diez con barba no pase desapercibido. Es mucho más fácil reconocerte, sobre todo si el que te reconoce es el Jefe de Policía de Tiphares que está vigilando en plan Psyco a "Su Nena" Kat.

Una anciana encontró los restos de Drogeslav a la mañana siguiente a las afueras de la ciudad. Por lo visto, le habían atado a un árbol, serrado las piernas, y había servido de merienda a un animal salvaje, probablemente un lobo, que empezó a comer por los muñones. Según el forense, murió sin duda al llegar el lobo a la femoral, entre horribles gritos, pues presentaba rotura de las cuerdas vocales.

-"Sin olvidar nunca su entrega a esta ciudad como policía y como cristiana que era. Oremos"- Proseguía con la misa el Padre Sweet. -"Señor Dios, acoge en Tu Seno a nuestra hermana Katherine, la cual goza ahora de Tu Presencia y será Resucitada tras el Juicio Final".

-"El Juicio Final…"- Pensó el Jefe de Policía. Automáticamente, su memoria le trasladó a la noche en la que Kat murió. -"No tenía que estar allí. ¡Tenía que estar en casa con James!"- Se torturaba mientras se debatía con el orgullo que sentía por ella. Ella no debía haber visto al Alcalde estrechando la mano del Traficante de Armas. Era un operativo de seguridad, pero ella creyó que era de vigilancia.

El mundo se le vino encima al Jefe de Policía cuando una mujer armada se disponía a entrar en el restaurante en el que cenaban el Alcalde y el Traficante. ¡Ella no sabía nada! Ella creía que su deber era detener al Traficante, buscado por la Interpol, y al Alcalde, por corrupto. El Jefe de Policía supo lo que pasaría a continuación. Ella no llegaría ni a la puerta. El Cerco Interno la detendría, y la pondrían en custodia. El Alcalde sería informado y pediría la cabeza de Kat. No había vuelta de hoja. Katherine había firmado su sentencia de muerte.

Quince minutos más tarde, la radio empezaba a cantar sus augurios. Sus hombres pedían instrucciones para acabar con la chica. Era orden del Alcalde, por más que todos supieran que Kat era la Favorita del Jefe de Policía.

-"Traédmela"- Dijo por radio.

Al cabo de un par de minutos unos golpes pidieron permiso para entrar en la furgoneta de mando donde estaba el Jefe de Policía.

-"Salid" les dijo secamente a los hombres que había con él. El intercambio se hizo en segundos, ella entró, esposada, mientras los demás se alejaron rápidamente de la furgoneta.

-"¡Jefe! ¿Qué es todo este lío? ¿Qué pasa aquí?

-"Es cosa de los Federales. Quieren pillarlos al final. Date la vuelta y mira por esa ventanilla".

-"¿Qué? Ahí fuera no hay nad…".

No pudo terminar la frase porque un cartuchazo del doce le voló media cabeza, que acabó embadurnando el coche aparcado tras la furgoneta de mando.

-"… Que vive ahora y siempre, por los siglos de los siglos…"

-"Amén".

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